Habría que remontarse al año 1.993 para dar con los inicios de las investigaciones sobre el pecio de Laredo. El arqueólogo local Baldomero Brígido, tras pasar incontables horas investigando en el Archivo General de Simancas a lo largo de dos años, logro encontrar indicios sobre naufragios en la Bahía de Laredo. Estos indicios y los numerosos testimonios de pescadores que habían enganchado sus redes en diversas zonas de dicha bahía, animaron a Baldomero Brígido a emprender una empresa en la que otros arqueólogos Cántabros ya habían fracasado.
En el año 1.995 solicitó a la Consejería de Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria un permiso de prospección arqueológica para dicho año. Los objetivos del proyecto se centraban en realizar un estudio subacuático de la zona para la localización de los posibles vestigios arqueológicos existentes y su posterior catalogación.
En ese año Baldomero convenció a los buceadores Francisco Indave y Carlos Calleja (gran conocedor de la zona) para que se unieran a su sueño de encontrar un pecio en aguas de Laredo. Con la embarcación "FOCA III", propiedad de Francisco Indave, realizaron ese año un gran numero de inmersiones, entre los 10 y los 20 metros de profundidad, encontrando únicamente una estructura metálica de gran grosor que emergía del fondo de arena y que presentaba numerosas redes enganchadas.
En el año 1.996 se unió al equipo Alberto Marín , propietario y capitán del Yate "ILECARA", un Astondoa de 16 metros. de eslora, poniendo de forma totalmente desinteresada a disposición de Baldomero Brígido todos los medios electrónicos de posicionamiento, detección subacuática, comunicaciones y cámaras de vídeo submarinas de que disponía la embarcación. También a partir de este año contaron con el apoyo y colaboración del Real Club Náutico de Laredo, apoyo por otro lado incrementado a partir del nombramiento de Alberto Marín como Comodoro de dicho Club en el año 2.000.
En ese año, tras realizar un barrido electrónico de la zona, lograron delimitar una zona en la que las lecturas de los equipos de detección y las diversas catas que se hicieron dieron un resultado positivo, con la aparición de restos férricos, pero no se pudo continuar el trabajo debido a que el verano tocaba a su fin y comenzaba la época de temporales y mala mar, por lo que hubo de dejar el trabajo para el año siguiente.
En el año 97 conociendo por las campañas anteriores, se encontraban en una zona de fondo arenoso, y siendo conscientes de la necesidad de disponer de una infraestructura suficiente para mover una gran cantidad de arena, Baldomero convenció al Excmo. Ayuntamiento de Laredo de la necesidad de adquirir la embarcación “La Panchonera”, una barcaza de nueve metros en la que transportaban los equipos de inmersión, recipientes estancos para tomas de muestra y el equipo de dragado, compuesto por un compresor de aire, tipo industrial, que alimentaba a los aspiradores de arena.
Comenzaron por posicionarse justo encima de la zona delimitada el año anterior, que coincidía exactamente con el "Bajo del Doncel", bajo que no aparece en las cartas de navegación actuales, pero que en las cartas del siglo XVII si viene perfectamente detallado.
Para a continuación cuadricular la zona en cuadrículas de 5x5 m. hasta delimitar un campo de 625 m.² , dragaron más de dos metros de profundidad en la arena, centrándose en dos áreas definidas y que tenían entre las dos 200 m.² de superficie aproximadamente. Tras laboriosos trabajos de limpieza de las dos zonas, llegaron hasta una capa de rechazo donde aparecían numerosos restos arqueológicos.
En la primera área encontraron una gran cantidad de bolas de cañón de varios diámetros, en concreto de 13, 11, 9, 7 y 5 cm. Junto a ellos aparecieron restos de madera y numerosas evidencias que hacían pensar en un barco de grandes dimensiones como un galeón o un navío.
A continuación se trasladaron a la segunda área para tratar de unirla con la anterior, encontrando restos concluyentes como un cañón de 1´93 m. con las leyendas A/A y en sus muñones las letras A y H.
Puestos en contacto con la Universidad y el Museo Naval de Amsterdam se llego a la conclusión de que el citado cañón pertenecía al Almirantazgo de Amsterdam, que había sido fundido en Suecia y que con toda seguridad se ubicaba entre los años 1.665 y 1.675.
Junto al cañón aparecieron restos cerámicos, destacando un pequeño cuenco, un vidrio en forma de vaso estrecho de tres centímetros de diámetro, restos de madera... materiales todos ellos fotografiados, grabados e inventariados.
A partir de aquí se comenzó la labor de recuperación y consolidación de estas piezas en el laboratorio arqueológico que a tal fin se había habilitado en el puerto de Laredo, contando, para dicha labor con la desinteresada colaboración de los hermanos José Antonio y Oscar González Minondo.
La importancia de los trabajos fue trascendiendo hasta que se firmo un “Convenio entre la Comunidad Autónoma de Cantabria y el Excmo. Ayuntamiento de Laredo para la realización de actuaciones arqueológicas submarinas y la creación de un Museo donde exponer el material recuperado” firmado por ambas instituciones el 17 de Junio de 1.997.
La campaña de 1.998 fue mucho más ambiciosa. El equipo siguió aumentando, esta vez con la adhesión de Eusebio López, Javier Pérez y de Rubén Ríos.
Se trabajó en un área de sesenta y cinco metros de largo por treinta y cinco de ancho. Tras un laborioso trabajo realizando cerca de trescientas inmersiones, lograrons posicionarse justo encima de un gran buque de guerra. Aparecieron ocho cañones, todos ellos pertenecientes al Almirantazgo de Amsterdam y de una longitud de 2´85 metros y 3´30 metros. Junto a los cañones aparecieron numerosos platos, con tres sellos holandeses en cada plato, además de cucharas, bolas de cañón de ocho calibres, un arcabuz, una bola de ángel o angelote pieza de la que en España sólo existe otro ejemplar en San Sebastián y que servía para romper las arboladuras de los galeones y numerosos pequeños restos que están siendo tratados en la actualidad. Tras las investigaciones llevadas a cabo en Amsterdam y en el Archivo General de Simancas se ha llegado a la casi certera conclusión de que se trata de un gran buque de guerra Holandés hundido en 1.719 en la Bahía de Laredo con más de 50 cañones.
Todos estos restos arqueológicos se trasladaron al Laboratorio de investigaciones arqueológicas del Museo Naval de Laredo, ubicado en el Palacio de Carasa, para su estudio, conservación y exposición, y que además permitirán identificar definitivamente el naufragio del siglo XVII, frente a la playa Salvé de Laredo, en la Bahía de Laredo.
A partir de la campaña del 1.999, se contó con la colaboración desinteresada de Joseba Alberdi, propietario de Mundo Submarino, y junto con otros voluntarios que se incorporaron al equipo se logro recuperar algunos cañones.
En el año 2000, el equipo se limitó a seguir delimitando la zona, y así se han encontrado grandes trozos de madera del barco, también de ha continuado filmando la excavación en video digital, que junto con las grabaciones anteriores, constituye una importante fuente de información y documentación.
El estudio de las piezas recuperadas durante las campañas de excavación arqueológica subacuática de 1.997, 1.998 y 1999 aportarán más información sobre las circunstancias en las que ocurrió el naufragio, aunque con los datos disponibles hasta el momento, Baldomero Brígido no duda en situar este navío y su historia en las postrimerías de la Guerra de Sucesión española, concluida en 1.713.
En ese momento los países europeos reconocieron a Felipe V, primer monarca de la dinastía de los Borbones en la Corona Española, y cuando se comienza a reactivar la economía y los sectores productivos, de los astilleros reales como Laredo y Guarnizo en las Cuatro Villas de la Costa de la Mar (actual Cantabria), para poder reconstruir y reorganizar la maltrecha Armada Real después de tantos años de guerra.
El interés que tenían las potencias marítimas europeas por entrar en el comercio marítimo americano, monopolizado por España desde el descubrimiento de América y el deseo de la Corona española para recuperar su presencia en Europa, después de haber renunciado definitivamente a Flandes, activaron de nuevo las tensiones entre los países europeos con intereses marítimos y España, llegando a desencadenar una nueva guerra en el período de 1.718 a 1.719, formándose la Cuádruple Alianza integrada por Francia, Inglaterra, Portugal y Holanda para frenar el interés español de recuperar sus posesiones europeas y conseguir la penetración europea en la América Hispana, aunque Holanda no se sumó a la misma hasta finales de 1.719 por los intereses comerciales que mantenía con España.
Una de las acciones destacables de la Cuádruple Alianza en la Costa Cantábrica fue la formación de una escuadra anglo-francesa con una tropa de veinte mil hombres comandada por el Duque de Berwick, que atravesó en Abril de 1.719 el Bidasoa destruyendo seis navíos que se alzaban sobre la grada en el Astillero de Pasajes; tras tomar Fuenterrabía, “los franceses embarcaron en tres fragatas inglesas ochocientos hombres, mandados por el caballero de Guire, y llegando a 12 de Junio a la Playa de Santoña, cañonearon las baterías que los españoles habían hecho, guarnecidas por setecientos miqueletes catalanes...”. Por la noche desembarcaron en la playa de Berria y ocuparon el monte, bajando al día siguiente y tomando la Villa de Santoña casi sin oposición. La tropa combinada anglo-francesa arrasó los tres navíos en avanzada construcción en el Astillero de Santoña (hasta la segunda cubierta), dio fuego a la madera almacenada para pertrecharlos y para construir el resto de los proyectados, entre ella madera para los mástiles, procedente de Holanda, los ingleses además se llevaron gran cantidad de ferralla destinada para los navíos.
Tomada Fuenterrabía, arrasados los astilleros de Pasajes y Santoña y amenazado el astillero de Guarnizo, la Corona española se vio privada de los principales astilleros cantábricos suministradores de buques para la Real Armada; además con la incorporación de Holanda a la Cuádruple Alianza a finales de 1.719, se cortaron los principales suministros de materiales de guerra a los astilleros cantábricos y España tuvo que negociar con las potencias marítimas europeas el cese de hostilidades.
Como resultado de aquel combate por el que se destruyó el astillero de Santoña en 1.719, Baldomero Brígido cree que se produjo el hundimiento del gran navío de guerra holandés localizado.
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